En la semana del Orgullo, una reflexión sobre el pasado y el presente de las luchas por el respeto a la diversidad.
Por Luis Etchenique
Diferentes movimientos civiles que han tenido lugar en las últimas décadas reforzaron con su activismo la vigencia e importancia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948. Esta declaración llegó luego de las atrocidades vividas durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), cuando toda la comunidad internacional se implicó asumiendo el compromiso de no permitir más actos de barbarie como los que se perpetraron durante esta guerra.
Este documento establece que la libertad es la base para poder vivir una vida digna, en una sociedad donde todas y todos ejerzan sus derechos y exista la igualdad ante la ley (https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights)
Desde la respuesta de Rosa Louise Parks, que se negara a dejar su asiento en el autobús, los disturbios de Stonewall, sin olvidarnos de las protestas de la plaza de Tiananmén en 1976 y la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de las Naciones Unidas realizada en Teherán en 1968, donde se proclamó esa indivisibilidad, afirmando que la realización plena de los derechos civiles y políticos sería imposible sin el goce de los derechos económicos, sociales y culturales, hasta el gran cambio de paradigma que significó la ley 26.743 de Identidad de género, que surgió en nuestro país y fue motor para que otras naciones del mundo la tomaran como base para sus legislaciones, son hitos que no alcanzan para impedir que el respeto a la identidad, al sentir y a la libertad de amar aún se sigan atacando y vulnerando.
Este año, en un contexto en el que mucho de lo que se ha logrado y recuperado en el orden de los derechos humanos, estos valores se ven cuestionados, incluso con el riesgo de enfrentar potenciales y por momentos concretos ataques a personas, a la libertad de expresión, como también a la libertad de amar y de ser, afrenta que agudiza la brecha que nos envuelve y divide sin encontrar un objetivo compartido.
Durante una de mis clases, compartía la siguiente consigna: “Entrando ya en la Semana del Orgullo, ¿cuantas organizaciones comparten un real compromiso con la igualdad y equidad?”.
Sorpresa o no, las respuestas revelaron que aún la burla, el chiste fácil, los comentarios sarcásticos apuntando al origen, al cuerpo o a la diversidad sexual siguen diciendo presente en muchas empresas. Y cada una de estas conductas, estas expresiones que nos invitan a cuestionarnos no solo sobre el valor inclusión, el valor respeto, sino también a preguntarnos qué pasa tanto adentro como afuera para que estas expresiones continúen siendo parte de nuestra vida diaria, de nuestra cotidianeidad.
Como no todo está perdido, quienes creemos en los derechos, quienes estamos comprometidos con el respeto y la diversidad, saldremos a marchar expresando nuestro compromiso, generando acciones para que el respeto y la diferencia motoricen nuestras conductas y sean el diferencial, la ventaja que nos posiciona como aliados, defensores de la equidad y la justicia social.
Cuando pensemos sobre el Orgullo, recordemos que la Marcha del Orgullo es para reconocer y sostener el derecho de cada uno a poder ser auténticos, a poder ser y decir así soy yo, pero también el orgullo en conocerte y compartir con vos y entre todos que los derechos no se mendigan, los derechos están, los derechos se viven, se ejercen y se disfrutan. Que cada uno pueda ser lo que es, pero fundamentalmente que sea feliz.
No te quedes afuera, es momento de mostrar y decir que los derechos no se mancillan, ni se atacan ni vulneran, los derechos se respetan. Es momento de reafirmar nuestro compromiso con la inclusión, la igualdad de derechos y la libre expresión del amor. Porque mi Orgullo es llevar mi propósito por donde voy.