Estar presentes no significa necesariamente compartir una oficina, un aula o una sala de reuniones. Aun en tiempos de actividad remota, estar presentes es posible. Y también necesario.
Mucho se ha hablado, escrito y comentado sobre los efectos del paso (obligado) de la presencialidad tal como la conocíamos a la virtualidad, presentada como el nuevo paradigma de las interacciones humanas.
Me parece importante y necesario dejar de hablar de la virtualidad cuando se trata de liderar, facilitar o guiar una reunión, taller, webinar o curso. Hablemos, en cambio, de cómo estar presentes aun cuando no sea entre cuatro paredes sino entre los cuatro vértices de una pantalla.
Presencialidad es estar presente aquí y ahora, es cómo nos perciben, cómo resonamos, cómo nos ven. Algunos lo llaman carisma. Es un set de comportamientos, de marcadores sociales, de lenguaje verbal y no verbal como la frecuencia y tono de voz, la postura, el contacto visual, el uso del cuerpo, las pausas. Podemos agregar otros factores como la claridad, la simpleza, la capacidad de ser conciso y de saber qué y cuándo preguntar, y también cómo responder.
Es eso lo que siempre, y no solo hoy, separa a los buenos comunicadores de los extraordinarios. No solo por sus conocimientos sino por cómo los trasmiten: saben sintonizar, se conectan, nos atrapan o, de lo contrario, pierden imagen, credibilidad y confianza a medida que transcurre el evento.
Es perfectamente posible estar presente y conectado aun cuando no sea en 3D. Lo trascendente es qué hábitos, rutinas y comportamientos debemos instalar y desinstalar para que esa presencialidad sea más eficaz. Si no somos capaces de generar rapport rápidamente, acompasar con quien está recibiendo, encender la atención y mantener el interés por el tiempo que dure la experiencia, debemos hacernos un replanteo. Porque, entonces sí, seremos fagocitados y desplazados por la automatización: inconexos, distantes, impenetrables, aburridos, poco o nada dinámicos, poco diferentes, no interesantes. Ese es el lado oscuro de la “virtualidad”.
A esto se suma que los cursos asincrónicos (al igual que en los podcasts), si bien ofrecen muchos beneficios tales como la conveniencia en el manejo del tiempo, la flexibilidad aumentada y costos menores, tienen también su bestia negra: al no haber interacción y participación “en vivo”, podemos desperdiciar una gran oportunidad, ya que si los que se sumaron y pagaron no se enganchan con la experiencia, se irán para no volver. Y, lo que es peor, sabemos que se asegurarán de compartir con muchas personas su mala experiencia. Quizás tuvimos un buen marketing del producto y una mala publicidad. Una ecuación que nadie desea. Que eso no se vuelva realidad depende de nosotros en un alto porcentaje.
Las claves de la nueva presencialidad son múltiples. Personalmente, las aplico en todas mis capacitaciones, charlas, webinars y experiencias de Formación de Formadores (Train the Trainers Blast):
– Saber qué herramientas y aplicaciones son las adecuadas para alentar y profundizar la interacción y participación extensiva e intensiva de los participantes. Cómo utilizarlas, para qué y cuándo, de modo tal que la sesión no se convierta en un enganchado de Mentimeters, Kahoots, Wooclaps, Stormz, Slidos, Murals y otros.
– Mostrar y transferir pasión, energía, dinamismo y diversión para que la atención no decaiga y los participantes se involucren hasta el final. Que salgan sintiéndose felices por haber estado aquí y ahora, satisfechos de la experiencia y lo aprendido.
– Conocer, entender y aplicar técnicas y metodologías que no son solo nombres misteriosos, “cool”, de moda, sino que tienen esencia y potencia para asistirnos. Entre ellas destaco a la Andragogía (cómo aprenden los adultos, lo que hace una diferencia enorme en la experiencia que transita nuestra audiencia independientemente de su tamaño) y al Storytelling con sentido. El Storytelling pasa a ser un virtuosismo cuando su propósito es el Storyselling: el otro se hace dueño de la historia para replicarla en su círculo, donde decide compartir la emoción y el impacto que le produjo esa historia que escuchó.
El director de cine Jean Luc Goddard decía que él podía filmar una comedia o una tragedia con el mismo guion. Esa es la recompensa o el castigo que podemos regalarle o infligirle a quienes confiaron en nosotros antes de que se encienda la cámara. Para llegar al Plug & Play tenemos que recorrer un camino que, acompañado y guiado, se hace más corto, llevadero y efectivo cuando llega el ”momento de la verdad”.